El
pequeño Dragón Verde estaba sentado en el tejado de la casa de la abuela.
Morris lo descubrió por la mañana.
Eh, ¿quién eres? —preguntó.
Dragón Verde. Dijo dagón porque
no podía pronunciar la r.
¿Qué haces ahí arriba? —preguntó Morris.
Estoy sentado aquí —contestó el dragón.
Baja —dijo Morris.
Tengo miedo —dijo el dragón. Estaba agarrado a
la chimenea.
Yo no te voy a hacer nada —dijo Morris.
El dragón resbaló sobre su
vientre hasta el canalón. Y saltó al jardín donde estaba Morris.
¿De dónde vienes? —preguntó Morris.
Yo vengo de la montaña vedde de los dagones
—contestó el pequeño dragón. De sus ojos cayeron lágrimas sobre el césped.
Estás llorando —dijo Morris.
Me echadon de la montaña vedde de
los dagones —sollozaba.
¿Por qué te han echado de allí? —preguntó
Morris.
No puedo echad fuego pod la boca.
Todos los dagones pueden echad fuego. Solo yo no puedo —ahora el
dragoncito lloraba todavía más.
Morris le limpió las lágrimas
con las manos.
¿Puedo estad contigo? —preguntó el
pequeño dragón verde.
Solo si eres útil— dijo Morris.
¿Qué es eso de útil? —preguntó el dragón.
Yo tampoco lo sé —contestó Morris—. De todas
formas, la abuela solo soporta a animales útiles.
Morris va a la cuadra con el
dragoncito. En la cuadra, la gallina
Enriqueta está sentada en el nido.
Enriqueta pone huevos —dijo Morris—. Los huevos
saben bien. Por eso, Enriqueta es útil.
Yo no puedo poned huevos —dijo el
dragón.
¿Puedes dar leche como nuestra cabra Genoveva?
—preguntó Morris.
El pequeño dragón verde movió
la cabeza. Tampoco podía dar leche.
Eso está bien —dijo Morris—. No podía soportar
la leche de cabra.
Yo puedo echad humo —dijo el dragón.
Abrió su boca todo lo que
pudo. Morris podía ver los dientes verdes.
El dragón tosió y tosió,
entonces apareció en su boca mucho humo verde como si fuera una chimenea. Ahora
tosió Morris.
¡Para! —gritó Morris—. El dragón paró.
¿Es útil el humo? —preguntó el dragón.
No lo sé —respondió Morris—. Ven, le
preguntaremos a la abuela.