jueves, 28 de marzo de 2019

Historia de por qué no todos somos iguales



Lee atentamente el siguiente texto.

Cuenta la historia que el buen Sibú, padre de todo lo creado, nos daba la figura de la inteligencia y todas las cualidades y defectos que nos acompañarían en nuestra vida y también nos permitía un alma, para que pudiéramos comportarnos de forma correcta en el universo.

Pero un día los primeros hombres puestos sobre la tierra por el buen dios descubrieron su alma, se la quitaron y comenzaron a jugar con ella arrojándola de un lado para otro, hasta que a uno de ellos se le cayó y se le destrozó.

Sibú, muy triste, vino por aquel insolente que había dejado que su alma se rompiera y se lo llevó, y como castigo a sus amigos de juego les dividió el alma en dos partes. Una parte sería buena y siempre sabría hacia dónde ir, y otra, caprichosa y a veces mala, andaría sin control alguno. Pasaron los años y los hombres, que desconocían su alma, formaron disturbios, peleas, masacres, porque no sabían que mientras una parte de ellos les pedía tomar el camino del bien, la otra los empujaba hacia el mal.

Pero los hombres después de darse cuenta de que por su mal juego habían sido castigados, pidieron perdón a su dios Sibú y este, conmovido, volvió en su ayuda y como ya no podía unir las dos partes del alma, les encargó que cuando fueran mayores debían controlar el alma del mal haciendo que el bien la dominara.

Con el tiempo algunos hombres han logrado tener una alma unida, guiada por un solo  camino, pero otros, han dejado que la parte mala de su alma los lleve por el mundo sin ningún control… Por eso, no todos los hombres somos iguales.


Tomado de La creación de la tierra y otras historias del buen Sibú de los Hibris. Por qué no todos somos iguales. (Adaptación) Adela Ferrero, Editorial Universidad Estatal a Distancia, Costa Rica, págs 25-29.


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Observa el siguiente vídeo sobre la Historia de la Computadora 


viernes, 8 de marzo de 2019

La jirafa y el leoncito

Lee atentamente la siguiente fábula


Una enorme jirafa  se acerco a beber en un río.
Miro alrededor por si había cerca algún león.  Debía tener cuidado ya que muchas veces los leones las atacaban cuando estaban bebiendo. Abrió sus patas delanteras para poder bajar su cuello largo y se acercó al agua. Allí, vio una sombra y se asustó un poco, enseguida observó que un pequeño león se escondía en un arbusto. Era Leonín, un pequeño león que se había perdido.

Leonín miró hacia el cuello de la gran jirafa que parecía no acabarse nunca. Cuando al fin vio su cara, unos enormes ojos negros le miraban. El leoncito giró su cabeza y agachó sus orejas. Avanzó la jirafa, a paso lento y tranquilo, hacia él: le tendió la pata. El león la acarició y ambos perdieron el miedo.

La jirafa le preguntó: -¿Porqué estas tan lejos de tu casa?
- Verás, le dijo el león.
- ¿Me perdí, por salir corriendo  detrás de una gacela!
-¿Sólo quería  jugar! ¡Corrí muy veloz hasta quedar agotado!
-¿Qué ocurrió después?
La gacela se espantó y yo me quedé en este lugar. Estaba muy asustado, pero soy un lepon muy valiente, ¡no quería llorar, estoy tan cansado!, dijo el leoncito.

Ven, vamos hasta aquel árbol, -le dijo la jirafa - allí descansaremos. El león se acurrucó entre las patas de la jirafa y se quedo dormido junto a ella. Juntitos, muy juntitos para darse calor.

Pasaron largos días, la jirafa cuidaba de él, le alimentaba y le daba cariño como si fuera su mamá. Un día le explicó que tal vez, dentro de un tiempo tendría que volver con los demás leones, pues era lo mejor para un leoncito.

Una mañana el leonín bebía en el río, cuando unos leones se acercaron a él. La jirafa les observaba desde un alto. Contempló como el pequeño se había encariñado con ellos. Había llegado el momento de partir.

Ella vio cómo se alejaba el leoncito para siempre, pero a pesar de todo estaba feliz porque él había encontrado a su nueva familia.